el mago del cuento... soy yo

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autorretrato inédito en libro, inicialmente concebido para "Sopa de sol"

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viernes, 26 de junio de 2015

Cuento de una noche de verano


Los dientes del tenedor coge-sueños de la Abuela.

Había una vez una abuelita que no podía dormir.

Hay bastantes abuelitas y abuelitos que no pueden dormir. Han dormido tanto durante sus largas vidas, que han gastado sus sueños (algunos niños, muy inteligentes, se dan cuenta de que eso puede ocurrirles y por esos se niegan a irse a la cama temprano).

Pero la abuelita de este cuento no hace como otros de sus colegas peinadores de canas, que se quedaban despiertos durante la noche. Ella no contaba ovejas, no leía libros aburridos, no resolvía crucigramas, no se cantaba nanas, no tejía con lana oscura ni jugaba con la sombra de la luna en la pared.

La abuelita que les cuento tenía algo muy especial (por eso es la Abuelita de Este Cuento): un tenedor de “coger sueños que pasan”.
El tenedor tenía un cabo rocoso, con dos palmeras y una ola, también tenía cuatro dientes: el primero era un Diente de Ajo, el segundo era un Diente de Leche, el tercero era un Diente Torcido y el último era un Diente de León.

Con este magnífico tenedor, la abuela siempre lograba coger un sueñecito.
¿Quién no ha tenido un lindo sueño del que después no se acuerda? ¿Quién no se ha pasado una noche apaciblemente dormido sin tener al despertarse ni un solo recuerdo? ¿Quién no ha soñado lo mismo que un amigo, un familiar o un vecino? Todo esto lo explica el tenedor de coger sueños de la abuela Almohadina.

El Diente de Ajo generalmente enganchaba los pesados sueños de quienes se acuestan con la barriga llena. La abuela se veía arrastrada a sueños en que los esquiaba sobre montañas de merengue, nadando en piscina de limonada, dueña de la mayor pastelería del mundo, tocando una flauta de pan o recibiendo con la boca abierta los pasteles de nata lanzados en aquellas viejas películas de Carlitos Chaplin o El gordo y el flaco.
Pero después de esos sueños, la pobre Almohadina se despertaba hambrienta y pasaba el resto de la noche hurgando en el refrigerador.

El Diente de Leche enganchaba sueños de bebitos, sueños blancos, sueños de vacas y sueños de mantequilla, resbalosos y untuosos. Pescar un sueño con el Diente de Leche en una noche de verano no era una aventura feliz porque con el calor del sueño se cortaba fácilmente y, al uno despertarse, embarrado de mantequilla, tenía que buscar el sueño nuevamente.

El Diente de León proporcionaba sueños muy variados: lo mismo sueños perfumados y coloridos, protagonizados por flores, zunzunes y mariposas, que sueños africanos, poblados de animales exóticos, praderas amarillas o selvas impenetrables. Mi abuela sabía que había pescado un sueño de estos cuando al día siguiente sus nietos se quejaban de sus ensordecedores ronquidos.

Así que, por extraño que parezca, la abuela Almohadina prefería capturar sueños con su Diente Torcido. Con este último diente de su tenedor caza-sueños, la abuela estaba segura de no estar segura del tipo de sueño que iba a tener, que era como si estuviera soñando al natural. El Diente Torcido se enganchaba en cualquier cosa y no lo soltaba fácilmente. A veces capturaba las ovejas que contaba algún vecino insomne, o un sueño ajeno, solo a medias, por lo que la abuela y el dueño del sueño podían compartirlo.

Con bastante frecuencia, el Diente Torcido enganchaba pesadillas, pero este no era el desagradable incidente que podrás suponer, puesto que las pesadillas no son otra cosa que sueños torcidos y torcido + torcido = derecho, por lo que toda pesadilla capturada por el Diente Torcido se desinflaba con el pinchazo y se convertía en algo divertido; como las películas de horror cómico…

(escrito probablemente en Brasil, entre junio de 1989 y agosto de 1991) 

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mi primera máquina (1975-1979)

mi primera máquina (1975-1979)
biblioteca martí, santa clara, cuba, 1993
Comencé a escribir a mano, claro. Primero con lápiz (usaba los de dibujo, de mina muy dura, para no tener que estar sacando punta continuamente; así comencé a gastarme la vista y a los 15 años ya usaba gafas -"espejuelos" decimos en Cuba- de aumento). Luego pasé a los por entonces escasos bolígrafos. Cuando a mediados de los años 1970 quise comenzar a compartir mis escritos con los colegas de taller de escritura o presentarlos a premios literarios, comencé por acudir a alguna colega o amiga mecanógrafa. Una bibliotecaria de Sala Juvenil de la Biblioteca Provincial de Santa Clara tecleó mi primera novela (que ilustré... a mano, claro) y mandé al Premio UNEAC 1977. Pero mis obras eran largas y ella tenía mucho trabajo. Así comencé a teclear yo mismo en la Underwood de la foto: una máquina prehistórica, pero muy bien cuidada y de tipos redondos.
Fue al año siguiente que un amigo mexicano que partía de vacaciones, me dejó su moderna máquina portátil. En ella aprendí a teclear según las reglas del arte y mecanografié mi segunda novela, por primera vez de la primera a la última letra.
De mis máquinas posteriores no guardé ni el recuerdo de una foto, y tampoco de la máquina electrónica que utilicé durante mi estancia en Brasil '1989-1991) ni de mi primer ordenador, un Compaq portable que me acompañó 8 años. Pero esta ya es otra historia, porque en él comencé a escribir directamente sobre un teclado; abandonando para siempre la versión manuscrita previa y el enojoso mecanografiado ulterior
Lo dicho; esa es otra historia.

traducido a persa, hindi, coreano, tamul, catalán y tantos otros

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Olinda, la bella durmiente fue mi primer artículo publicado en el Correo de la UNESCO, me procuró traducciones a decenas de lenguas... en las que a veces ni siquiera supe separar mi nombre del título del artículo

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