el mago del cuento... soy yo

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autorretrato inédito en libro, inicialmente concebido para "Sopa de sol"

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lunes, 21 de junio de 2010

El mago del cuento... en el microscopio de Juan

Juan Cervera en su libro La creación literaria para niños (Mensajero. Bilbao, 1997) ilustra algunas de sus tesis sobre Los cuentos del mago y el mago del cuento.





La intertextualidad como reclamo (pp. 61-62)

Nuestro rechazo a la instrumentalización de la literatura Infantil es manifiesto. Como lo es el recelo ante las distintas estrategias para atraer lectores mediante recursos ajenos al texto. Y también a la extrapolación del texto en su marco natural con atribuciones añadidas.

En cambio, después de admitir la existencia de una intertextualidad intencionada, hay que aceptar que el autor pueda buscar su aproximación al niño por medio de ella. Es decir, que la use como reclamo.

Por eso vale la pena considerar el atractivo que tienen algunos textos, a veces desde el mismo título en el que está patente la citación. Tal es el caso de algunos cuentos de Joel Franz Rosell. “Había una vez un joven mago”, “Colorín colorado, este cuento”, “Así comenzaron las aventuras de Rosa de los Vientos y Perico el de los Palotes”, títulos incluidos, todos ellos, en Los cuentos del mago y el mago del cuento(...) Los títulos de los cuentos de J.F. Rosell se vincularán más a la memoria de frasecillas populares (…) y el texto empezará a poblarse de evocaciones y connotaciones en la medida que lo permita el campo de referencias del niño.

Estas evocaciones se le pueden ofrecer al niño por procedimientos variados. Así, por ejemplo en el cuento “¡Socorro, se hunde la casa!” se asocian los estruendos del hundimiento de la casa, convencionalmente representados, con el recurso gráfico de las onomatopeyas de los tebeos. También puede asociarse la visión del hundimiento con la experiencia de haber estado en un semisótano desde el que se ve la calle.

El cuento alude a un hecho insólito: una casa de cinco pisos y un desván se hunde. No se derrumba, se hunde visiblemente en el suelo, como un barco en el mar, con las variadas reacciones de los moradores de los distintos pisos, que ven su casa y ellos mismos sumergirse en la tierra.

Cada sacudida de hundimiento de la casa va acompañada de un crujido, ¡PRAM!, que se repite. Para dar la sensación de que los sucesivos crujidos aumentan progresivamente en estruendo, se recurre a la técnica gráfica de las representaciones onomatopéyicas de los tebeos. Y así, del ¡PRAM! Inicial, se pasa al ¡¡¡¡¡¡PRAMMMMM!!!!!! con profusión de signos de admiración y de emes mayúsculas.

Valga el ejemplo como testimonio del aprovechamiento intertextual del texto, práctica sutil, si se quiere, pero manifiesta. En la línea de la intertextualidad el análisis de esta creación en concreto puede verse como la simbiosis de un cuento con una historieta de tebeo.


El peso del contexto (pp. 72-73)

Si hay que aceptar que el contexto especializa el lenguaje y proporciona significados distintos a las palabras y a a las frases, habrá que aceptar que el contexto aporta significado. Por consiguiente, el niño que sabe que empiezan a contarle un cuento, porque oye la fórmula inicial “Érase una vez”, adopta la disposición de entender lo que se le diga de una determinada forma. Y el que lee un poema entenderá las palabras de otro modo. Y el que está contemplando una obra de teatro, en la que alternan en el diálogo un médico y un payaso, desde el momento en que los identifica, entiende lo que dice cada uno en el marco de dos contextos distintos.

El niño que lea al principio de un cuento:

Érase una vez un país tan pequeño, pero tan pequeño, que se veía en los mapas como una caquita de mosca. En todo el país había una sola carretera, que era la única calle del único pueblo, y que iba desde el puesto fronterizo del norte hasta el puesto fronterizo del sur. (“Así comenzaron las aventuras de Rosa de los Vientos y Perico el de los Palotes” en Los cuentos del mago y el mago del cuento. Madrid. Ediciones de la Torre, p. 53).

entenderá la clave de humor en que está escrito.

Si admitimos con Graciela Reyes* , que en un texto pueden concurrir tres tipos de contexto -el lingüístico, el situacional y socio-cultural- al aplicar estos conceptos al cuento de Joel Franz Rosell antes citado, vamos a fijarnos exclusivamente en el término cometa del que se hace en él uso decisivo.

Lingüísticamente, la palabra “cometa” empleada en el cuento obliga a escoger, entre los varios significados que conozca el niño, el que le corresponde para la designación de este jueguete, juguete que, a causa de su forma, se relaciona en el astro que le presta nombre.

Situacionalmente, el niño que tenga o haya tenido cometas, o simplemente haya presenciado su vuelo, de cerca o de lejos, posee vivencias especiales para cada caso. Estas vivencias se evocan de modo muy directo y hasta crítico en el momento de valorar que una vivienda puede construirse a lomos de una cometa que permanece amarrada, en la terraza de un edificio real y verdadero. Socioculturalmente, la cometa probablemente se le aparezca al niño asociada a un período del año, las vacaciones de Pascua, en el que se sale al campo o se va a la playa para “volar” la cometa. Pero no él solo, sino con otros muchos niños que comparten la misma ilusión.

* Reyes, G. (1995): El abecé de la pragmática. Madrid. Arco Libros, p. 20


El espacio en el cuento creado para niños (pp. 250-251)

(…) El realismo mágico y maravilloso, tan cultivado por los escritores hispanoamericanos, permite recursos variados que potencian la imaginación, más en el cuento que en la novela. A esta corriente corresponden dos cuento del cubano Joel Franz Rosell, recogidos en su libro Los cuentos del mago y el mago del cuento,que vale la pena analizar desde el punto de vista del espacio.

En “¡Socorro, se hunde la casa!”, el ciudadano que vive en la primera planta de la casa número diecisiete, de pronto descubre que la acera de la calle está al nivel de su mesa del comedor. Espantado por lo que ve, sube al segundo piso, pero tras un crujido que da el edificio, comprueba que el coche del empresario, aparcado junto a la acera, también ha llegado a su altura. En el tercer piso, el diputado del partido gobernante, tras otro crujido, comprueba que los pies de los votantes están a la altura de su cabeza,. En el cuarto, tras otro crujido, el abogado verifica que los adoquines de la calle están al nivel de sus legajos amontonados en el alféizar de la ventana. Un nuevo crujido y, en el quinto piso, una señora chapada a la antigua descubre que el polvo de la calle roza sus cortinas de terciopelo. Otro crujido y el escritor que vive en el desván se espanta al ver que los peatones, y no las golondrinas pasan tras los cristales.

Y cuando el escritor pugnaba por hacer algo, un nuevo crujido anunció que las casa se había hundido totalmente. Ningún trnseúnte se da cuenta, salvo un niño que ve, en el último momento, una hoja de papel que salía por la ventana.

Ciertamente en ese relato no hay ningún espacio convencional. Es la propia casa la que se hunde sobre su solar. Y el ciudadano de la primera planta, testigo del hundimiento, piso por piso, tampoco actúa. Es un espectador del hundimiento. La casa, si se quiere, concebida como verdadero “actante”, es la que se hunde . Este es el cambio de espacio.

“Así comenzaron las aventuras de Rosa de los Vientos y Perico el de los Palotes”. En este cuento el espacio está bien delimitado, tan delimitado que “érase una vez un país tan pequeño, pero tan pequeño, que se veía en los mapas como una caquita de mosca”.

Y en este país en el que sólo “había una carretera, que era la única calle del pueblo”, el novio pedía al padre de la novia, y éste, a su vez, pedía el permiso del rey para que pudieran casarse. El rey nunca lo negaba.

Pero cuando Perico y Rosa, dos jóvenes excelentes, quisieron casarse, el rey se lo negó, porque no quedaba en su reino espacio para hacer más casas. Perico y Rosa, desilusionados, pensaron incluso en abandonar su paísito-reinecito-pueblecito. Pero al final, con varas y cuerda de papel, se construyeron su nidito de amor en el aire, en una enorme cometa de flecos verdes. Cuando el rey vio el invento no sólo los casó, sino que les concedió fabricar cometas que permitieran casarse a todos los que quisieran y el pequeño reino empezó a crecer hacia arriba. Perico y Rposa cada día recibían más pedidos de nuevas cometas. “Pero la mañana en que recibieron la urgente solicitud de "un coto de caza digno de la grandeza de Su Majestad", Rosa y Perico pensaron que ya estaba bien y cortaron la cuerda que sujetaba su cometa-casa-oficina de diseños al techo del palacio real.
Una alegre brisa los arrastró en una dirección cualquiera, rumbo a una vida nueva y otro cuento.”

A la peripecia fantástica de dotar al espacio de flexibilidad narrativa hasta el punto de convertirlo en eje de la narración, estos cuentos añaden la visión social más plausible.

***************

Juan Cervera: "La magia del arte de contar" (a propósito de Los cuentos del mago y el mago del cuento). Revista Latinoamericana de Literatura Infantil y Juvenil. Bogotá. Fundalectura, nº 6, julio-diciembre de 1997

___________: La creación literaria para niños. Mensajero. Bilbao, 1997.

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mi primera máquina (1975-1979)

mi primera máquina (1975-1979)
biblioteca martí, santa clara, cuba, 1993
Comencé a escribir a mano, claro. Primero con lápiz (usaba los de dibujo, de mina muy dura, para no tener que estar sacando punta continuamente; así comencé a gastarme la vista y a los 15 años ya usaba gafas -"espejuelos" decimos en Cuba- de aumento). Luego pasé a los por entonces escasos bolígrafos. Cuando a mediados de los años 1970 quise comenzar a compartir mis escritos con los colegas de taller de escritura o presentarlos a premios literarios, comencé por acudir a alguna colega o amiga mecanógrafa. Una bibliotecaria de Sala Juvenil de la Biblioteca Provincial de Santa Clara tecleó mi primera novela (que ilustré... a mano, claro) y mandé al Premio UNEAC 1977. Pero mis obras eran largas y ella tenía mucho trabajo. Así comencé a teclear yo mismo en la Underwood de la foto: una máquina prehistórica, pero muy bien cuidada y de tipos redondos.
Fue al año siguiente que un amigo mexicano que partía de vacaciones, me dejó su moderna máquina portátil. En ella aprendí a teclear según las reglas del arte y mecanografié mi segunda novela, por primera vez de la primera a la última letra.
De mis máquinas posteriores no guardé ni el recuerdo de una foto, y tampoco de la máquina electrónica que utilicé durante mi estancia en Brasil '1989-1991) ni de mi primer ordenador, un Compaq portable que me acompañó 8 años. Pero esta ya es otra historia, porque en él comencé a escribir directamente sobre un teclado; abandonando para siempre la versión manuscrita previa y el enojoso mecanografiado ulterior
Lo dicho; esa es otra historia.

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